Por Facu Gari
Nadie en mis muros está hablando de Muñeca rusa, la nueva serie de Netflix protagonizada por Natasha Lyonne, que también está entre sus creadoras, junto a Leslye Headland y Jamie Babbit. Y es un tanto injusto, pues se trata de una de las mejores producciones de la compañía de entretenimiento audiovisual anclada en Los Gatos, California, seguro detrás de la notable Sex education y antes que la inestable aunque ponderada The Umbrella Academy.
Muñeca rusa es un dignísimo reboot del género “la muerte es un reboot”, que tiene a Groundhog Day como su ejemplar más memorable y que no siempre adopta, como aquí, la forma de la comedia (rapidito, está 8 minutos antes de morir); historia ambientada en una Nueva York cosmopolita, estéticamente recargada y éticamente postmoderna. Ésa es la mamushka de la que habla, a priori, el título: Nadia Vulvokov (Lyonne) es una programadora de videojuegos que, el día de su cumpleaños 36, se encuentra con la Parca, una programadora Deus ex machina que en lugar de llevársela le otorga más y más vidas, en loop astral y de fichín, a ella y a sus dilemas cotidianos, románticos, ideológicos y existenciales, su pelo colorado y el humo de sus cigarrillos.
El personaje y la parte de Lyonne son centrales en el encanto de la serie. Ella —que en 2015 había logrado el Premio del Sindicato de Actores a la Mejor Interpretación del Reparto de una Serie de Comedia por su papel como Nicky Nichols en Orange is the new black y que antes había actuado en American Pie, Everyone Says I Love You, Slums of Beverly Hills, But I’m a Cheerleader y Blade: Trinity— protagoniza aquí a una adorable antiheroína que cruza a Paul Auster (el mambo es con su madre en lugar de con su padre) con la Greta de La niñera, le aporta un snobismo que es humilde cuando no es socarrón y reverbera en el magma de los estereotipos de mujer en la Era de la Deconstrucción.
Que los capítulos sean ocho y duren menos de media hora se celebra, porque devuelve al ring a la narrativa compacta en una batalla de crisis y autodescubrimiento. Lo demás son detalles: la misma canción (“Gotta get up”) cada vez que ella regresa a ese baño vaginal, el humor negro y los atisbos de ciencia ficción (como la teoría de los universos paralelos, que explota en el final), la diversidad cultural de NYC (judíos, latinos, árabes), el cameo de Burt Young (¡Paulie en las Rocky!) y ese cierre de murga con neón alcanzan para redondear una fiesta de cumpleaños que, esperamos, tenga mañana en una nueva temporada… para no quedarnos repitiendo la misma, una y otra vez.